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domingo, 18 de septiembre de 2016

EL PROFESOR JESÚS ASENSI ENTREVISTA AL RECONOCIDO ARQUITECTO PONTANES JUAN CUENCA

Juan Cuenca es el protagonista del arranque del curso expositivo en Córdoba con Del plano al espacio, revisión de su multidisciplinar trayectoria en la sala Vimcorsa de la mano de la galerista Angustias Freijo. Nacido en Puente Genil en 1934, arquitecto, escultor, diseñador e integrante de Equipo 57, Cuenca aclara que si bien el proyecto tiene un carácter antológico y retrospectivo, no establece el contorno de una obra cerrada.

-¿Qué elementos estables, qué inquietudes permanentes pueden rastrearse en su obra a lo largo de las décadas?

-En eso consiste la exposición. Lo que ha hecho Angustias Freijo es analizar mi obra, tanto la arquitectónica como la escultura y el diseño, buscando nexos entre las disciplinas. Yo pensaba que no los encontraría, pero los ha encontrado. Yo lo único que puedo decir a este respecto es que esos elementos están en mi interior, flotando, y evidentemente salen, y pueden salir en cualquier tipo de obra. En el montaje de la exposición ya empecé a ver esas concomitancias y relaciones. Se ve que uno maneja internamente unos conceptos y unas formas que inevitablemente acaban saliendo. Y todo esto gira alrededor de la geometría: lo que yo hago se inscribe en una geometría no rígida, muchas veces de doble curvatura, estamos ya en la matemática moderna. No es un arte arbitrario: tiene determinada regla interna.

-Entre el arte y la utilidad, ¿dónde se sitúa su concepto de la arquitectura?

-La arquitectura debe ser funcional. Necesariamente. Y yo así la he ejercido porque es un punto de partida muy importante. Porque es un arte que se vive, no se queda uno fuera y lo contempla, y se vive para algo: si es una casa hay que tener en cuenta las funciones vitales diarias, y si es un edificio público debe estar al servicio de los que lo usan. En esto consiste la arquitectura: cómo darle forma a algo que por una parte tiene que ser útil y por otra debe estar dentro de un orden estético que produzca ese diálogo entre la belleza y la utilidad. No creo que haya una arquitectura absolutamente útil o absolutamente esteticista..., bueno, sí, en el Renacimiento, con algunos encargos especiales de una arquitectura que tenía que ser tributaria de sí misma... Y quizá en determinado momento de la arquitectura contemporánea se ha abusado de este concepto; hablo de lo que se conoce como arquitectura emblemática, que a veces sirve de poco y está hecha para el propio lucimiento del arquitecto como si fuera un homenaje que se hace a sí mismo. Lo que sí he practicado yo es la arquitectura contextualizada: me adscribo a esa práctica de la arquitectura que tiene en cuenta el contexto. ¿Por qué? Seguramente porque he ejercido la mayor parte de mi carrera en Córdoba, y aquí hay un centro histórico que influye inevitablemente. Uno no irrumpe, como se suele decir, como un elefante en una cacharrería: hay que tener en cuenta lo que hay al lado, el paisaje... Yo me inscribo en esa línea que no desprecia el entorno sino que lo toma como referencia. Evidentemente, lo que no hago es abdicar de mi contemporaneidad: el lenguaje que yo uso es el contemporáneo. Para mí el entorno es una referencia conceptual, no mimética, para la propia creación arquitectónica. Hay otros que actúan por contraste y se imponen a lo que hay alrededor.

-En usted confluyen el Califato y la Bauhaus, apunta Freijo...

-Hago arquitectura contextualizada y estoy dentro del movimiento moderno: los racionalistas y los funcionalistas, Le Corbusier, Mies van der Rohe, Walter Gropius como fundador de la Bauhaus…, son mis maestros directos, están en mi aprendizaje, y de hecho vivían en el tiempo en que yo me formé. Pero, como ya he dicho, yo hago una traducción del lugar, y ese lugar tiene sus características: topografía, paisaje, monumentos cercanos… Todo eso tiene un reflejo conceptual, espiritual, en mi obra. El edificio del Centro de Visitantes no tiene ventanas, como la Mezquita, y por fuera es un muro liso, como la Mezquita. En ambos casos lo importante está dentro. Y esto concuerda con su función. La función del centro es un recibimiento del visitante a la ciudad, y yo de alguna manera tengo que proporcionar un oasis, un ambiente fresco, una luz no demasiado violenta, por eso la luz es siempre cenital (como en la Mezquita después de la reforma barroca), el color debe ser sedante… Así, es un edificio útil y bello. Yo extraigo la referencia, la enseñanza, de la Mezquita, aunque evidentemente los dos edificios no se parecen en nada ni quiero que se parezcan, y además no lo sabría hacer, o quizá supiera pero me negaría, porque no me corresponde, yo no debo imitar...

-¿La arquitectura tiene ideología?

-Si tomamos ideología como una serie de preceptos que constituyen una creencia para ejercer una práctica o estar en la vida, yo diría que no. Lo ideológico no le viene bien al arte. El arte, por naturaleza, yo quiero creer que es heterodoxo y que rechaza todo lo que represente una regla. No hablo solo de la modernidad, de Picasso o Braque, sino también del arte antiguo, que ya era heterodoxo. Desde el Renacimiento, desde que el arte es arte tal y como lo entendemos en Occidente, siempre ha estado abierto a innovaciones, aunque parezca que es imitativo. Velázquez se inventa el espacio, el vacío, el aire: pinta la atmósfera. Eso es una revolución. La ideología tal y como la entendemos yo creo que es incompatible con el arte.

-En los últimos años su gran proyecto en la ciudad ha sido la regeneración urbanística y patrimonial de la Ribera. ¿Qué ha supuesto para usted esta experiencia?

-Me he quedado a medias. Yo quería tratar el río, la cuenca del río. Lo que me subyuga del Guadalquivir a su paso por Córdoba es esa hoya de ocho metros de altura, que está preparada para las grandes avenidas de un río que en esta ciudad es muy fiero. Lo que yo no quisiera es ver esa cuenca llena de vegetación. Intenté promover el proyecto con la consejera de Obras Públicas Concha Gutiérrez, que vino a Córdoba con el director de la Confederación, que estaba dispuesto a tratar en serio este asunto. Pero el proyecto se frustró. Para mí este río debe ser un río urbano, frente a lo que dicen determinados sectores ecologistas, conservacionistas… Antes de concurrir al proyecto para el Puente Romano yo tuve el encargo de restaurar los molinos, que están en medio de un espacio natural que estaba recién declarado. Lo primero que hice fue entrevistarme con los biólogos de Córdoba, que tenían catalogadas las aves que allí hay. Mi proyecto de restauración contemplaba este aspecto, no se molestaba a las aves, pero en Córdoba se pensaba que no era así y que yo era un destructor. Toda mi idea era conquistar la orilla del río y que los cordobeses bajaran y casi lo tocaran con la mano. En Miraflores y alrededor del puente hay un concepto escalonado hasta tocar la orilla: allí es donde se colocaban los dibujantes y los grabadores románticos para hacer esas vistas maravillosas. Yo quería hacer una especie de embarcadero o muelle, con una rampa para ir subiendo y ver las distintas perspectivas con distinta altura. Todo esto inspira lo que hicimos alrededor de la Calahorra. Me planteé que tenía que conquistar el río, que era un lugar marginado. Propuse poner un poquito de orden, conservar las especies autóctonas, la biofauna, pero eliminar suciedad y olores, hacer unas talas selectivas cada cierto tiempo, hacer un proyecto multidisciplinar con paisajistas, biólogos, expertos en hidrología, ingenieros… Lo propuse pero no se llevó a efecto, y es lo que necesita Córdoba: ocuparse del fondo del río. Córdoba ha vivido siempre arriba, en la Ribera, y yo he intentado que baje. Conquistar ese espacio, que la gente baje, poner un paseo de barcas, hacer actividades deportivas… Córdoba no ha sido capaz de abordar este proyecto. Yo me he quedado con las ganas.

-Sí culminó el proyecto en el Puente Romano y su entorno...

-Una obra muy especial, muy moderna. Toda la operación en la margen derecha, en la Puerta del Puente, ha conllevado una remodelación tremenda, un movimiento de tierras importante. La Puerta del Puente estaba hundida y el objetivo era que emergiera. Estaba muy deteriorada. La restauramos, le quitamos la suciedad y remodelamos el entorno. Una obra moderna: la hemos hecho nosotros, nuestra generación. Los romanos hicieron una cosa, los árabes otra y nosotros hacemos esto. Tiene un carácter especial porque engancha con el muro de la quibla de la Mezquita y se produce una continuidad que tiene mucho que ver conceptualmente con el arte contemporáneo, por el hecho de haber equilibrado el espacio. Eso era una plaza en la que a partir del siglo XVIII se hacen reformas a partir del objetivo de Córdoba de tirar su muralla y abrirse, que es lo que hacen todas las ciudades europeas. Una plaza que atendía a los cánones romanos, tipo foro, pasa por una noche oscura medieval y entra en el siglo XVIII con el Triunfo de San Rafael de Verdiguier, que hace la plaza en alto como un balcón. En la zona se hacen muchas cosas de manera informe, aleatoriamente, con la ambición de conformar una gran plaza de recibimiento, y mi interés era poner todo eso en orden y pasar de un concepto romano de foro, de plaza cerrada, a otro griego de plaza abierta. Al otro extremo del puente también aplicamos un concepto muy especial, con rampas y escaleras para registrar la orilla del río. El puente participa de un lenguaje moderno que no desdice lo histórico. En el catálogo de la exposición hay un artículo de Damián Quero, que a propósito de mi obra habla del tiempo como materia de la arquitectura. Él convierte el tiempo en algo material y dice que yo voy engarzando, interpretando esa superposición, porque en el fondo Córdoba es una cosa encima de la otra. ¿Quién soy yo? Yo soy lo contemporáneo, no Juan Cuenca. Y la gente lo acepta. El puente es algo que se utiliza: lo utilizaron los romanos, los medievales..., y nosotros, que somos un elemento más en esta superposición. Este es el concepto.

-¿Cómo ve el estado actual del parque de Miraflores?

-Muy desgraciado. Ese concepto de ir bajando, de conquistar la lámina, se consigue a medias. Está muy abandonado, hay mucho vandalismo, han puesto unas farolas nuevas…, existe el peligro de que el proyecto se vaya desvirtuando. Siempre he lamentado ese deterioro en esta zona. Veo un gran descuido, con zonas abandonadas en ese tránsito entre la parte superior y el río por efecto de la abundancia de vegetación. Yo quería restituir el embarcadero, el tránsito histórico desde la Ribera. Yo creo que nadie sabe que allí hay un embarcadero. En la parte superior el estanque está abandonado. Con ocasión de la obra del hipotético palacio de congresos, que el señor Koolhaas quería expandir más, para nada, desaparecieron los cuatro pabellones que yo había hecho, que tenían un concepto estético casi de esculturas abstractas pero al mismo tiempo una utilidad. Yo me pasé de largo y pensé que estaba en Europa, pero en Europa no estaba, evidentemente. Eso ha sido arrasado. Etcétera, etcétera. Pero ya he entendido que Córdoba no ha dado el salto que tenía que haber dado. Y tampoco es que yo pretenda… Yo no quiero ser salvador de la patria.

-¿Cuáles son los principales problemas o desafíos que usted detecta en el urbanismo de Córdoba?

-Es una pregunta muy compleja. Córdoba se ha dotado de dos planes, el que nosotros hicimos y que se aprobó en el 86 y el de mi compañero y amigo Pepe Seguí, una revisión de ese plan. Y, no es porque yo haya estado presente, me parece que han sido unos planes muy certeros, con buenos análisis de lo que habíamos heredado. El gran urbanista Solà-Morales los define como planes cultos o ilustrados. Eran unos planes de ciudad articulada, con magníficas avenidas que no solo sirven para hacer edificios donde vivir sino que comunican la ciudad, que estaba dividida en islas no comunicadas con las islas cercanas. Esto pasaba en muchos sitios. Creo que Córdoba en este sentido, y hablo tanto del centro como de la periferia, es una ciudad modélica. No se ha abusado de las alturas, que es algo heredado del plan de Pepe Rebollo, aprobado sobre el año 60. Él, con buen criterio, limitó la altura de la edificación a ocho plantas, y eso lo heredamos nosotros y lo mantuvimos como base del desarrollo. Surgió una pauta de armonía en la ciudad y de protección del centro histórico. Por eso me opuse a la Torre Prasa, que competía visualmente con él.

-¿Falta cultura arquitectónica en la sociedad?

-Yo soy muy optimista, no soy derrotista. El otro día me encontré por la calle a alguien que me dijo que es admirador mío y que le interesa mucho la arquitectura, que ha estado en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y ha visto toda la arquitectura de Niemeyer. Yo me encuentro con gente a la que le interesa la arquitectura, que me habla de mi trabajo, me pregunta... En Córdoba hay gente culta, pero vivimos en la sociedad democrática, y en ella..., el precepto comunista dice que la tierra, para el que la trabaja; pues con la cultura pasa igual: la cultura, para el que la cultiva. No pensemos que la cultura se regala. La democracia no quiere decir que todo el mundo tenga que ser culto; para eso mejor nos fijamos en la Rusia soviética, donde todo el mundo tocaba el piano o el violín. La arquitectura ya ha dado el salto a los medios de comunicación, a los periódicos...: antes estaba recluida en las revistas especializadas.

-¿Hasta dónde llegó la onda de las aportaciones de Equipo 57?

-El Equipo 57 siempre ha sido respetado por críticos e historiadores, porque dijo cosas de interés y distintas y el arte va buscando siempre aportaciones singulares. En su manera de trabajar fue algo novedoso y rompedor, incluso revolucionario. Es una obra que, por una serie de razones, ha pasado a la Historia. Y ha traspasado barreras. A nosotros nos solicitan mucho obras desde otros países. Hace dos años nos pidieron obras para una exposición en Liverpool sobre el arte y la izquierda en la que estaban todos los constructivistas rusos. El otro día nos pidieron permiso para proyectar en Alemania la película que hicimos. Esto es frecuente. La gente dice que la obra del Equipo sigue siendo actual, y esa frescura que reconocen los demás es fundamental. (El Día de Córdoba. Jesús Asensi)