Para nadie es un secreto que la Iglesia Católica ha tenido desde el principio severas reservas, más aún condenaciones expresas del marxismo como sistema filosófico, y del comunismo como sistema político. A la inversa, el marxismo ha hecho una crítica filosófica de la religión, y se ha esforzado en dar una explicación del mundo y de la historia sin la presencia de Dios. Los partidos comunistas, cuando han ocupado el poder en regímenes no democráticos, han buscado expresamente la marginación del fenómeno religioso en general, y de la Iglesia Católica en particular.
Desde la revolución francesa para acá, la Iglesia Católica ha sido más bien resistente a todos aquellos movimientos ideológicos o políticos que de alguna manera ponían en cuestión el orden establecido. Antes de que los burgueses de París tomaran La Bastilla, cuando empezó a propagarse por Europa el racionalismo, la crítica intelectual al dogmatismo teológico, la libertad de conciencia, etc, la Iglesia Católica fue poniendo frenos a semejantes corrientes intelectuales. Luego, durante todo el siglo XIX, siguió jugando el papel de fuerza conservadora del antiguo sistema de valores y de estructuras. Tal situación se prolonga hasta la Segunda Guerra Mundial (1939- 1945). En aquellos aciagos días de la guerra mundial en los campos de concentración nazis se encontraron, perseguidos por igual, católicos, judíos y comunistas. La confraternización bajo la opresión nazi les descubrió a muchos que ni los comunistas eran tan malos como se había dicho; ni los católicos tan reaccionarios como se pudiera pensar. Por el contrario, la muerte y el hambre padecidos en común crearon entre ellos lazos de solidaridad. Al terminar la guerra, el movimiento de «sacerdotes obreros» replanteó a muchas conciencias la necesidad de analizar con mayor sentido crítico cuestiones que se habían dado por evidentes. En Francia, en España, en Italia, se iban creando desde las bases puntos de coincidendia entre la izquierda ideológica y política, por un lado, y clérigos y militantes de la Acción Católica, por otra.
El marco general de la situación antes de la segunda guerra mundial experimentó cambios sustanciales después de ella. La reflexión que se ha hecho en la Iglesia Católica sobre los fundamentos de la fe gracias a una lectura mucho más crítica de los textos de la Biblia, han puesto al descubierto la falta de fundamento doctrinal de ciertas tendencias conservadoras. Por parte de la izquierda intelectual y política se ha reconocido igualmente la falta de coherencia entre sus fundamentos ideológicos y las acciones persecutorias desde el poder. De la misma manera que se ha llegado a ver que las divergencias con la izquierda intelectual y política no eran tan fundamentales como se pensaba, se ha avanzado en la conciencia de que las coincidencias con la derecha tampoco son tan claras como se pensaba antes de la Segunda Guerra Mundial. De nuevo la reflexión teológica y la crítica histórica han jugado un papel importante. Después de todo, si la izquierda pretendió marginar a la religión porque la consideraba un obstáculo político a sus proyectos, la derecha ha hecho exactamente lo mismo cuando sus intereses económicos se han visto puestos en cuestión por la acción pastoral y catequética de las parroquias. Se pueden contar por centenares los sacerdotes y monjas que han sido asesinados en América Latina a manos de sicarios financiados por grupos de la derecha política. Si hablamos de catequistas, hay que contarlos por millares. En nuestro país tuvimos en Zamora una cárcel especial para curas durante un régimen político que se autodenominaba confesionalmente católico. Carece de fundamento científico situar la creencia religiosa en un lado u otro del espectro político. La política agrupa a la gente entorno a unos intereses; la religión los agrupa en torno a unas creencias. No tiene por qué existir, de hecho no existe, una correspondencia entre intereses y creencias.
Juan Pablo II, en su encíclica Sollicitudo rei socialis (nº 21), escribió unas líneas que son muy significativas al efecto. No establece ninguna ventaja entre el capitalismo liberal y el colectivismo marxista. Dice literalmente: «La doctrina social de la Iglesia asume una actitud crítica tanto ante el capitalismo liberal como ante el colectivismo marxista».
La razón de esta equivalencia en el criticismo es evidente. Un materialismo histórico no es compatible con el teísmo histórico de la Biblia. Pero, a su vez, un sistema cuyo motor fundamental es la ganancia es igualmente incompatible con la utopía del «reino». El pensamiento de Jesús no es materialista. Tampoco acepta que el «beneficio» sea el criterio de la verdad.(Diario Córdoba. Jaime Loring)