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lunes, 29 de febrero de 2016

EL NINGUNEO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA AL MONTILLA-MORILES

Nunca imaginé que el libro más consultado en español pudiera vilipendiar unas tierras tan serias y de raíces tan profundas como son los pagos de Moriles y Montilla. Ni que una tarde de diccionarios, escritorio, pluma y amontillado me darían la tarde (valga). Les pongo en antecedentes. La Fundación Bodegas Campos y el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Protegida Montilla--Moriles han puesto en marcha una iniciativa fantástica, por necesaria y oportuna, un ciclo de conferencias en torno al vino que, desde las disciplinas y perspectivas más dispares (literatura, arquitectura, economía, enología...), dan voz autorizada a reconocidos amantes de nuestros vinos y vinagres. Así que recibí con alegría el encargo de presentar a José Ignacio Santiago, joven pero sabio enólogo, que ha bregado mucho tiempo en bodegas cordobesas.

La lección que nos proponía se titulaba El ritual del vino de Montilla--Moriles , y como quiera que soy editor, enamorado de las palabras, coleccionista de diccionarios, libros modernos, antiguos, infames y raros; y a la postre etimólogo aficionado, comencé a preparar mi intervención precisamente por los orígenes de la palabra "ritual". No podía ni imaginar el quebranto, mezcla de sopetón y "arreponcio", que iba a sentir al bucear en esta búsqueda. De "ritual" no tardé mucho en llegar a la palabra "sacristía", la conexión era obvia. Cualquiera que haya visitado una bodega en Montilla, Moriles, Doña Mencía, Montalbán, Monturque, Nueva Carteya, Puente Genil, Aguilar de la Frontera, Baena, Cabra, Castro del Río, Espejo, Fernán-Núñez, La Rambla, Lucena, Montemayor, Santaella e incluso Córdoba capital, sin olvidarnos de Jerez, Sanlúcar, Málaga o Huelva, sabe que en la "sacristía" están precisamente los mejores vinos de la casa, consumidos por las propias familias y ofrecidos a los amigos o ilustres visitantes en ocasiones especiales. Un lugar tranquilo donde se custodian bajo llave antiguas botas lacradas.

Mi sorpresa fue grande cuando, al consultar el vocablo en el Diccionario de la Lengua Española de la RAE, observé que no había ninguna referencia a la cultura del vino en "sacristía": "1. En una iglesia, lugar donde se revisten los sacerdotes y están guardados los ornamentos y otras cosas pertenecientes al culto. 2. Empleo de sacristán". Ufano, me puse manos a la obra y preparé un modesto dosier con una petición razonada a la Real Academia Española para que incluyera la acepción que, sin lugar a dudas, no era simple jerga.

Pero estarán conmigo que entre la sorpresa y el soponcio existe un gradiente de estados anímicos. El disgusto fue a más al buscar la entrada "fino", y es que después de una ristra interminable de acepciones me encontré con esta definición: "Dicho del jerez: muy seco, de color pálido, y cuya graduación oscila entre 15 y 17 grados". No daba crédito y comenzaba invadirme un prurito que me removía de la silla y desde luego no cesó cuando llegué a la palabra "oloroso": "Vino de Jerez de color dorado oscuro y mucho aroma, de 18 o 20 grados y que, al envejecer, puede llegar a 24 o 25". Continué, atónito, con "palo cortado": "Vino de Jerez con sabor de oloroso y olor de amontillado".

La cosa iba de mal en peor, ¿dónde estaban Montilla y Moriles? Tanta historia y tradición, tantos buenos empresarios y profesionales, y tanta poesía. En busca de consuelo busqué (con temor, todo sea dicho) la palabra "amontillado". A estas alturas el enfado era importante y cualquier cosa podía activar la glándula de los insultos (aún no descubierta por la ciencia pero, válgame Dios, real como que estamos hechos de carne, hueso y entendederas): "Dicho de un vino: blanco y de alta graduación, semejante al vino de Montilla". Para una vez que nos nombran... ¿blanco un amontillado? El académico que en su día diera el visto bueno a la entrada "amontillado" no había leído al bueno de Edgar Allan Poe, disfrutando de una buena copa de amontillado. 

Pero bueno, pensé, siempre nos quedará nuestra uva, la que da nombre a nuestro vino más universal, que además le da carta de identidad. En este asunto la sabia RAE no puede fallar, y me fui directo a "Pedro Ximénez" que figuraba como "pedrojiménez": "1. Variedad de uva propia de algunos pagos de Andalucía, y especialmente de Jerez de la Frontera, cuyos racimos son grandes, algoralos y de granos esféricos, muy lisos, traslúcidos y de color dorado. 2. Vino dulce hecho de pedrojiménez". Aquí llegó al fin, el certero y sublime estado de soponcio. 

Las palabras importan porque las palabras nos hacen ser; y no solo al revés, como pueda parecer a primera vista. Nos otorgan personalidad, y por ellas nos conocen quienes nunca supieron de nosotros. Como no hay mal que por bien no venga, ya tiene el Consejo, con Javier Martín y Enrique Garrido a la cabeza, y la Fundación Bodegas Campos, con Pepe Campos luchando por el patrimonio cordobés, otro frente para desarrollar su empeño. Y es que, aunque el Diccionario de la Lengua Española se olvide de nosotros, nosotros nunca nos olvidaremos de él, ni de la madre que lo parió. (Diario Córdoba. Antonio Cuesta. Editor)