Tras cinco meses de infructuosas negociaciones en el ámbito del Eurogrupo, y después de la victoria del NO en el referéndum griego, da la impresión de que se está en la situación de partida. Como si la enorme piedra (deuda griega) que Sísifo intentara subir a la cima de la montaña, se le hubiera despeñado una vez más.
Sin embargo, creo que la situación es hoy bien distinta. El resultado del referéndum (jugada arriesgada de Tsipras para evitar la ruptura de su partido) cambia muchas cosas. La más importante es que sitúa el problema griego en el centro de la agenda política europea. Son ahora los jefes de estado y de gobierno reunidos en el Consejo los que tienen la palabra, y ya no serán criterios económicos los que se pongan sobre la mesa, sino factores políticos, o más bien geopolíticos.
Hasta ahora, los factores económicos, encarnados en el Eurogrupo, han tenido un protagonismo excesivo, en un juego de tira y afloja donde los ministros griego y alemán de Finanzas han sido las estrellas rutilantes, pero con resultados bastante desalentadores. A ello ha contribuido la extraña presencia del FMI (acreedor, pero no perteneciente a la UE) en una negociación que tendría que haberse limitado al Eurogrupo y al BCE. No he entendido bien qué hace el FMI en todo esto, cuando la misión del Fondo ha estado siempre dirigida a facilitar la estabilidad financiera de los países en desarrollo.
Desde hoy, los factores económicos, aún siendo importantes, pasarán a un segundo plano, a la categoría de problemas técnicos, para que el tratamiento del tema griego se haga con argumentos políticos en otra instancia de negociación. ¿Y cuáles son esos argumentos políticos? Pues que, como ha señalado con lucidez el primer ministro francés Manuel Valls, la situación geopolítica de Grecia hace poco recomendable su salida del euro, ya que ello implicaría también la muy probable salida de la UE y poner en riesgo los cimientos de su alianza con Occidente.
Debemos recordar que la situación estratégica de Grecia en el Mediterráneo fue ya importante para determinar su futuro tras la II Guerra Mundial. Las potencias occidentales (EE.UU. y Reino Unido) intervinieron en la guerra civil griega (1945-49) para evitar el triunfo comunista y hacer que este país permaneciera ligado a Occidente. Esa alianza occidental se consolidaría con la integración de Grecia en la OTAN (en Creta está una de sus más importantes bases militares), y con su posterior adhesión a la UE, una vez finalizada la “dictadura de los coroneles” (1967-1974) y restaurado el sistema democrático.
Ahora, la importancia geopolítica de Grecia aumenta por varios factores. El primero es la escalada de tensión entre Occidente y la Rusia de Putin por el tema de Ucrania, que no hace recomendable que Grecia caiga en manos de la influencia rusa en una zona estratégica clave para el equilibrio internacional. El segundo factor es la situación de inestabilidad que viven los Balcanes, con los temas de Kosovo y Bosnia aún candentes, y con el irredentismo serbio aún pujante. El tercer factor es la histórica tensión greco-turca (con el tema chipriota en stand-by), que sólo se mantiene controlada en tanto que Grecia permanezca en la UE y la OTAN. Finalmente, la posición geográfica de Grecia la hace muy sensible al avance que experimenta el Estado Islámico hacia el oeste por Irak y Siria, ya que lo sitúa a pocos cientos de kilómetros de las islas griegas más orientales. Imaginemos el riesgo de una Grecia fuera de la órbita occidental, sometida a las tensiones de un mediterráneo afectado además por la inestabilidad de Libia. El interés de Obama por que Grecia permanezca en el euro y en la UE es evidente.
Todo ese conjunto de factores hace que el anclaje de Grecia en Occidente sea una necesidad geopolítica de primera magnitud, y eso hace no recomendable su salida de la UE. Por eso, el tema griego trasciende el ámbito económico y se sitúa en el centro de la agenda política. La hora del protagonismo del Eurogrupo y del FMI ha pasado. Ahora le toca situarse en un segundo plano, y ser el Consejo de jefes de estado y de gobierno el que tome las riendas de una negociación en la que no puede permitirse que un asunto económico menor (como es la deuda griega) ponga en peligro la estabilidad política del flanco sur de la UE.
Resolver el tema de la deuda griega es una cuestión política, y el modo de resolverlo una cuestión técnica (hay suficientes propuestas válidas sobre la mesa de negociación). Esto debe quedar claro, y debería ser bien explicado por los dirigentes políticos a sus ciudadanos para evitar que se hagan lecturas simplistas de los hechos sobre la base de agravios comparativos que son siempre muy dañinos y a los que con tanta frecuencia se recurre para caldear los ánimos.
Mantener a Grecia en la UE es positivo, pero tiene un coste que debemos afrontar todos los europeos. No es cuestión de acusarse unos a otros, ya que la responsabilidad del caos económico griego no es sólo de una parte, sino que es compartida por muchos actores. Sin duda, que los políticos griegos son responsables de este desaguisado, pero no es menor la responsabilidad de los políticos de la UE cuando admitieron a Grecia en el euro a sabiendas de que no estaba preparada para ello, ni tampoco menor la de los bancos europeos ofreciendo crédito fácil y barato a los gobiernos y a la población helena endeudándola hasta límites inadmisibles.
Es la hora de mirar al futuro con políticas europeas de altura, y es la hora de demostrar que tenemos gobernantes preparados para ello, y no dirigentes de vuelo bajo, preocupados solamente por la reacción de la opinión pública en sus respectivos países.
Más allá de ser una cuestión política, la resolución del problema griego es, además, necesaria para que la UE pueda seguir avanzando hacia una real Unión Económica y Monetaria más sólida y eficaz. Para Grecia, y para el gobierno Syriza, puede ser la gran ocasión de afrontar las reformas estructurales que prometían en su programa, pero que sólo con la presión externa de la UE estarían en condiciones de cumplir.( Eduardo Moyano Estrada, Ingeniero Agrónomo (Universidad de Córdoba, España, 1978). Licenciado en Sociología (Universidad Complutense de Madrid, España, 1983)
