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domingo, 13 de enero de 2013

HOY SE CELEBRA EL BAUTISMO DE JESÚS

A unos 40 kms. hacia el este de Jerusalén ocurrió por aquellos días que un sujeto conocido como Juan empezó a reunir a las masas. La gente bajaba desde Jerusalén y desde las montañas de Judea, atravesaba el desierto, y se arremolinaba en torno a Juan.
El contenido ideológico de lo que Juan transmitía estaba lejos de lo que explicaban los rabinos en los pórticos de la explanada del Templo. No hacía alusiones a la práctica de la Ley, a los ritos de la liturgia oficial del Templo, a los sacrificios de animales, a alimentos prohibidos y lícitos, a la celebración del sábado. Alejado geográfica e ideológicamente del culto y de la Teología del Templo, Juan se constituye en un crítico de lo que se enseña y se practica a dos jornadas de camino, al otro lado del desierto, en el centro oficial de la religión judía.

El hombre del desierto se convertía en una alternativa religiosa al culto del Templo, a la teología de las escuelas oficiales. Su discurso prescindía del aval del magisterio oficial. Se basaba en la sinceridad y autenticidad de quien ha vivido la experiencia religiosa individual.

La solidaridad humana ("el que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene"); la justicia de los poderes públicos con el pueblo ("los policías que no hagan violencia a nadie, ni exijan dinero, que se contenten con su paga"); la religión no es cuestión de palabras o de linaje sino de obras ("todo árbol que no dé fruto será cortado y echado al fuego"). Esto es lo que decía. Juan estaba separado de la ortodoxia oficial jerosolimitana por un desierto de 40 kms.; pero era bastante más que una barrera geográfica lo que estaba por medio; era realmente una barrera ideológica lo que los dividía.

Sin embargo, Juan no representaba en modo alguno una ruptura con las mejores tradiciones de Israel. Ni en los contenidos ni en las formas. Sus contenidos enlazaban con los antiguos profetas que también se opusieron a una religión donde el culto había suplantado a la justicia.

Entre las muchas gentes que llegaron al Jordán escuchar a Juan y bautizarse, llegó también Jesús desde Galilea (Mc 1 9). Hay bastante cercanía entre el contenido ideológico del pensamiento de Juan, y el de Jesús. Jesús también practicó personalmente el rito del bautismo (Jn 3 22), y propondrá a sus discípulos que lo mantengan como rito de iniciación (Mt 28 19).

Cada uno de los cuatro evangelios arranca de la presentación que Juan hace de Jesús. En la concreta circunstancia histórica en que se escriben los evangelios esta introducción o punto de partida de que arrancan los cuatro evangelios, tiene un significado muy concreto: la obra de Jesús va más allá de la de Juan. Jesús inicia algo más que un movimiento revisionista y reformador. No se queda en una denuncia de los abusos y corrupciones que dominaban en Jerusalén. Jesús, es cierto, conecta con esta línea crítica de Juan. Pero, a su vez, es algo más que un crítico de la sociedad de su tiempo. Emprende una revisión y refundamentación del fenómeno religioso: en adelante no serán la Ley y el Templo; los sustituye por el Espíritu y la Palabra. La religión israelita contenía muchos paralelismos con la mayoría de las religiones que en el mundo han sido. Una ley donde se codifica la voluntad de Dios; un Templo donde se sustancia su presencia. Jesús rompe con estos dos principios fundamentales de las religiones, y los sustituye por algo mucho más intangible: la Palabra que se dirige a las mentes, el Espíritu que anida en las conciencias.

Esta profunda revolución religiosa protagonizada por Jesús, nos lleva a reflexionar sobre su personalidad. Existe un doble aspecto de la figura de Jesús: por una parte lo que dice y lo que hace; y por otra parte lo que es. Es más fácil explicar lo primero que lo segundo. Su pensamiento sobre la justicia, sobre el dinero, sobre la sinceridad; su comportamiento con los enfermos, con los minusválidos, los delincuentes, los poderosos; todo ello es asequible a la comprensión del hombre moderno, reviste una actualidad permanente. Cuando abordamos el otro aspecto del tema, la persona misma, usamos un lenguaje cargado de esoterismo: Hijo de Dios, primogénito del Padre, Señor, Salvador. Y, sin embargo ambos aspectos forman una unidad inseparable. Por una parte nos fiamos de lo que dijo, pero a su vez es algo más que un maestro que ha dicho cosas. Es la propia persona en sí misma la que constituye el fundamento de una esperanza. Más allá del recuerdo de quien existió, alimentamos la experiencia de quien está vivo. (Diario Córdoba. Jaime Loring ,profesor Jesuita)