MENÚ GENERAL



Pontaneando le da la Bienvenida y Agradece su Visita a las ...

Recordamos a los seguidores de PONTANEANDO, que la PLUVIOMETRÍA que día a día reflejamos en la columna de la izquierda de esta página, se toma a las 9 horas de cada mañana.

domingo, 5 de junio de 2016

JESÚS Y SUS AMISTADES

El viernes pasado hemos celebrado la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Esta fiesta nos remite a la interioridad de Jesús. En el corazón de cada persona residen sus sentimientos y aspiraciones más personales. Jesús era Dios como su Padre, a su vez era hombre como todos los hombres, excepto en el pecado. Así era como Jesús solía autodenominarse «hijo del hombre». Este acercamiento a la interioridad de Jesús nos lleva a recordar cuáles eran sus relaciones con las personas de su entorno. 

Jesús no fue un hombre solitario. Amaba ciertamente la soledad, pero la amaba como un regugio, como un descanso intermitente. Gustaba, bien al anochecer, bien en la madrugada, salir al campo él solo a pasear y reflexionar consigo mismo. «De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió, y fue a un lugar solitario donde se puso a orar» (Mr 1 35). Escenas como estas son corrientes. Jesús tiene que huir de la multitud que le acosa. «Viéndose Jesús rodeado por la muchedumbre, mandó pasar a la otra orilla» (Mt 11 18). Sea por mar, sea por tierra, son bastantes las ocasiones en que Jesús busca apartarse del bullicio de la gente. Pero no era un hombre solitario, simplemente necesitaba de vez en cuando el silencio, la compañía de sus amigos más cercanos: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco. Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer» (Mr 3 30).

Lo que pensó hacer en la vida, no pensó en hacerlo solo. Reunió un grupo de personas. Con ellos llegó a establecer una amistad. Según las fuentes originales, fueron doce. Uno de ellos, al final, desertó. Como pasa siempre, cuando cae una estrella, algunos admiradores desiertan. Quedaron once.

El marco de relaciones interpersonales entre Jesús y sus más cercanos colaboradores, y de ellos entre sí, nos da ocasión para reflexionar sobre lo que es el proceso de la fe. La vinculación personal a Jesús no nace como una planta espontánea, así de pronto. Ni fue ése el proceso de acercamiento de los apóstoles a Jesús, ni es ése el proceso de generación de la fe hoy día.

La fe no nace de pronto, se genera. Es como una especie de hábito que va insertándose en la personalidad de cada uno, que se va haciendo poco a poco connatural, como el gusto por ciertas comidas, como la adaptación a una vivienda. Vamos gradualmente comprendiendo el mundo y la vida desde un punto de vista específico: el punto de vista que asumió Jesús.

La fe, en cierta manera, es una disposición muy parecida a la simpatía y a la amistad. Creer en Jesucristo no consiste en aceptar unos dogmas más o menos oscuros o incrompensibles, sino en experimentar un atractivo hacia la persona de Jesús, una comprensión de la vida y de la existencia en coherencia con la suya. Esto es lo que no se produce como por ensalmo, así de repente.

Juan cuenta el primer encuentro de Jesús con Andrés y Pedro. No dice de qué hablaron, pero sí dice que se pasaron toda la tarde de tertulia. Venían los tres de la ribera del Jordán de escuchar a Juan. Posiblemente comentaron la crítica que Juan hacía de la religión oficial de Jerusalén. A lo mejor hablaron de otra cosa. Pero allí se trabó una amistad, que sería ya para siempre.

El encuentro con Mateo fue más conflictivo. Mateo era funcionario de aduanas en Cafarnaúm. Tal oficio estaba mal visto por los integristas religiosos. Pero Jesús trababa amistad con gente muy rara. Lo de Andrés y Pedro se hizo en un marco muy personal y reservado. Lo de Mateo fue una fiesta. «Estando Jesús a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos» (Mt 9 10). Debió correr el vino, la gente lo pasó bien. El caso fue que aquella fiesta supuso un escándalo en la ciudad. La «gente bien» pensó que Jesús se había pasado, no sabía lo que era guardar las formas. Lo criticaron muy duramente. Otro aspecto importante de las amistades por las que sentía atraído el Corazón de Jesus fue que Él se sentía más a gusto entre los pobres que entre los ricos. Comenzó desde el principio. Cuando Dios escogió una mujer para que fuera la madre de Jesús no dirigió sus ojos a ninguna mujer de la alta sociedad. Vino a escoger a una muchacha de un pueblecito casi desconocido, Nazaret. De una familia de trabajadores con escasos recursos. Cuando ya adulto, Jesús eligió a sus colaboradores más inmediatos, fue a buscarlos también en la clase social de menores ingresos. Cuando tuvo que explicar cuál era su proyecto del Reino de los Cielos, insistió en que su Reino sería difícil de entender a los ricos.(Diario Córdoba. Jaime Loring)