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domingo, 8 de diciembre de 2013

LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Los textos evangélicos no son demasiado explícitos respecto de María, la madre de Jesús. Se hace referencia a ella en los relatos de la infancia de Jesús con bastante amplitud. En los relatos de la vida adulta de Jesús, María es mencionada varias veces. Por fin, en el momento de la muerte una de las últimas palabras de Jesús está dirigida precisamente a su madre. Más aún, después de la muerte de Jesús, María está estrechamente vinculada al grupo de los discípulos (Hech 1 14).

Es claro que no fue intención de los redactores de los evangelios dejar constancia expresa de la personalidad y carácter de María, la madre de Jesús. No se puede ignorar el hecho de que en los primeros textos, la figura de María permanece, no en la oscuridad, pero sí en una cierta sombra.

Esta sensibilidad de las primeras generaciones cristianas contrasta con la importancia que la figura de María ha ido adquiriendo posteriormente en la teología, en el culto, y en la devoción de los creyentes. Hoy no entendemos que se pueda hablar de Jesús sin mencionar a su madre. En cambio Pablo de Tarso pudo construir toda la teología sobre Cristo como cabeza del cuerpo de la Iglesia, y de toda la creación, sin mencionar una sola vez el nombre de María.

María tiene para los creyentes dos características predominantes: la virginidad, y la concepción inmaculada. Son dos afirmaciones diferentes. La virginidad se refiere a la manera como Jesús fue engendrado y dado a luz. Constituye un suceso histórico, que forma parte de las relaciones de María con su entorno.

El hecho de que fuera concebida "sin mancha de pecado original" es algo completamente distinto. Es una afirmación estrictamente teológica. Para comprender lo que se quiere afirmar cuando se dice que María fue Inmaculada desde el mismo momento de su Concepción, es preciso comprender lo que significa el pecado original. Pues precisamente la Inmaculada Concepción de María tiene el significado de su exclusión de tal pecado original.

El pecado original se relaciona con el relato del Génesis acerca del árbol, de la manzana y de la serpiente. Como si aquello hubiera sido un acto delictivo por parte del jefe de familia, a partir del cual toda la descendencia ha quedado tildada por la mala acción del progenitor. Según esta mentalidad todos naceríamos tildados por la mala acción de Adán al comer la manzana prohibida, y tendríamos esa mancha hasta tanto que las aguas del bautismo nos lavaran de ella. En realidad lo de la manzana y la serpiente es un relato alegórico. El hecho de que porque nuestro viejo tatarabuelo se comiese indebidamente una manzana, al cabo de los siglos, tengamos todavía encima esta responsabilidad heredada, es una lectura ingenuamente literal. El relato del libro del Génesis sobre el árbol y la manzana es un relato simbólico, que expresa con gran profundidad lo que ha sido la historia real de la humanidad. La renuncia de los hombres a aceptar a Dios como origen del bien y del deber, y a sustituirse a sí mismos en el lugar de Dios.

Todos tenemos la experiencia de vivir en un mundo en donde se cometen injusticias flagrantes. Que la codicia, la lujuria, la mentira, la ambición forman parte integrante de las relaciones entre los seres humanos. Que todos llevamos dentro un segundo yo, que si no lo controlamos por la educación y por la ética nos llevaría a actuar contra nuestra conciencia. Somos espectadores de enormes locuras colectivas donde se ha oprimido a grupos étnicos enteros porque son negros o porque son gitanos. Hemos leído en la historia sucesos bélicos provocados por la mera ambición de los gobernantes. Cómo se pueden reunir grandes fortunas explotando el tráfico de drogas, el comercio de armas, o el proxenetismo. Esta maldad que nos rodea, cuyo origen no sabemos exactamente dónde está, pero que sabemos que existe, es lo que se quiere significar cuando se habla del pecado original.

Y lo que queremos decir cuando decimos que María estaba exenta de tal pecado es precisamente que María era una persona justa, pura, inalcanzada e inalcanzable por el turbio río de las pasiones humanas. La frase más expresiva de esta afirmación es la frase que ella misma pronuncia: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1 38). María entendía que había nacido no precisamente para hacer su voluntad, sino para cumplir una voluntad que le venía de fuera. Esta aceptación de una ética absoluta, no creada por el propio sujeto sino recibida de fuera, es lo característico de la concepción inmaculada de María. ( D J. Loring.)