He aquí la gran cuestión que ha preocupado a tantas generaciones. Pocas personas han estado sometidas a tantas teorías interpretativas de su personalidad como Jesús de Nazaret. Fue un hombre discutido durante su vida, y ha sido todavía mucho más discutido con posterioridad. Siempre será mucho más fácil decir qué dijo o qué hizo Jesús que pretender explicar quién fue.
Las gentes populares que lo vieron actuar lo identificaron con los profetas de Israel. Su forma de hablar directa, su disconformidad con las versiones formalistas y legalistas de la religión, su preocupación por los problemas reales de los hombres, su obsesión por la verdad, por la autenticidad de las relaciones de los hombres con Dios, les recordaban los mensajes de los profetas que fustigaron en su tiempo las corrupciones sociorreligiosas en que había caído la nación israelita.
Los discípulos más cercanos a él tuvieron el convencimiento de que Jesús era un hombre excepcional. Pero no llegaron a captar, durante la vida de Jesús, sus auténticos proyectos. Siempre, hasta el final, estuvieron esperando que la renovación espiritual y religiosa que promovía el maestro de Nazaret habría de terminar en un partido político que ocupase el poder. Solamente después de la muerte de Jesús llegaron a comprender que el reino no era de este mundo.
Conviven actualmente dos visiones de la personalidad de Jesús. Por una parte, su poder de hacer milagros, su personalidad divina, se valoran más que su personalidad humana. Las devociones, las advocaciones, las imágenes, el culto han afirmado más la figura de Jesús como Dios que como hombre.
Por otra parte, va ganando terreno otra visión de Jesús: la de su personalidad humana. Se ve a Jesús como un hombre que toma postura ante los problemas de su tiempo, que tiene sus filias (hacia los pobres, los enfermos, etc.) y sus fobias (hacia los fariseos, los ricos, los sacerdotes del Templo de Jerusalén, etcétera). Se acepta la palabra de Jesús como una palabra humana, de quien pretende la transformación del mundo por la utopía de la justicia y de la verdad. Si la figura de Jesús tiene todavía vigencia para mucha gente, es porque los ideales que él promovió despiertan credibilidad e ilusión.
De la misma forma que el mal siempre estará presente en el mundo, también lo estará el bien. Si la pasión por el dinero y por la dominación de los demás hombres es una constante histórica, la utopía del bien es otra constante de la historia de todos los tiempos. La utopía Jesús está viva en la mente de mucha gente.
Ambas interpretaciones se han venido dando, y se seguirán dando, de la persona de Jesús de Nazaret. La discusión seguirá abierta para siempre. Y es que, en el fondo, la contradicción la generó él mismo. En medio del triunfo y del éxito, anunció que aquel no era el camino. Que, por el contrario, "el hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes, ser condenado a muerte, resucitar al tercer día" (Lc 9 22).
La Iglesia católica, a lo largo de la historia, no ha estado exenta de esta dialéctica en la interpretación y lectura de la persona de Jesús. Según las culturas, según el talante de las personas, ha predominado una u otra lectura. La espiritualista, angelista, la del culto, la de la predominancia de lo sobrenatural. Según esta lectura, la misión histórica de la Iglesia apunta al cielo, a mantener la llamada a los hombres hacia una conducta más moral en medio de un mundo de negocios, de inversiones, de desenfreno sexual. La Iglesia debe desempeñar la función social del culto y de las festividades religiosas, como elemento integrante de la estructura cultural de la sociedad.
Otra visión, por el contrario, piensa que la comunidad de los creyentes no puede ser ajena a la estructura social, política y económica de cada nación en particular, ni de la comunidad de las naciones a nivel internacional. Porque, cuando Jesús tuvo misericordia de las gentes que pasan necesidad (Mr 6 34), no es sólo para impulsarnos a dar una limosna con aquello que nos sobra, sino para que luchemos en el más propio sentido de la palabra, para que las relaciones de dependencia y dominación de unas naciones respecto de otras, de unas clases sociales respecto de otras, de unos hombres respecto de otros, sean abolidas.
Jesús permanecerá siempre en este horizonte de problematicidad, que lo acompañó durante su vida, y que le ha acompañado a lo largo de la historia.( Jaime Lóring . Profesor Jesuita)
