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martes, 27 de diciembre de 2016

VAYAMOS A BELÉN Y VEAMOS LO SUCEDIDO, PRECIOSO ARTÍCULO DEL SACERDOTE PONTANES RVDO. P. PEDRO CABELLO

«Cuando un silencio apacible lo envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde el cielo, desde el trono real» (Sb 18,14-15). Con estas palabras misteriosas se expresaba el autor del libro de la Sabiduría sin calibrar el alcance total de lo que estaba escribiendo. Todo el pueblo de Israel miraba al futuro con ansias de salvación aguardando la venida del Mesías prometido. Los profetas lo anunciaron con palabras fuertes, pero enigmáticas: «Sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios!... Viene en persona y os salvará» (Is 35,4), unas palabras que generaron todo tipo de expectativas mesiánicas en Israel. Nunca se hubieran imaginado que aquellas palabras inspiradas se iban a cumplir literalmente con la encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios, el Emmanuel, Dios con nosotros (cf. Mt 1,23), superando con creces las expectativas creadas. «Con nosotros» porque Dios se hace cercano y asequible, ha querido acortar distancias, compartir nuestra vida y nuestra historia «en todo igual a nosotros menos en el pecado» (Hb 4,15), ha querido hacerse nuestro compañero de camino. Nada nuestro le es ajeno: ha querido alegrarse con nosotros, llorar con nosotros, sufrir con nosotros, sentir con nosotros y nos dice desde el pesebre: «No temas: Yo estoy contigo» (cf. Is 41,10). «Con nosotros» porque está de nuestra parte, no viene a quitarnos nada, sino a darnos todo, a traernos la salvación que sólo Él puede darnos. «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8,31).

El nacimiento histórico de Jesús, que celebramos litúrgicamente en estos días santos, nos lo presentan los evangelios de la infancia de Mateo y Lucas desde dos perspectivas diversas pero complementarias. Cada uno tiene una intencionalidad concreta, un motivo teológico diverso para contar lo ocurrido, pero ambos comparten el deseo de transmitirnos los hechos y hacer que nos impacten. En su sencillez, no sólo nos quieren contar lo que pasó, sino que quieren comunicarnos la emoción de lo que supuso para aquellas comunidades que esperaron tantos siglos un evento que superó con creces lo que nunca nadie pudo imaginar: que el Hijo de Dios naciera en Belén como Salvador.  

Ojos para descubrir los caminos de Dios en la historia  

Deteniéndonos especialmente en el relato de Lucas (Lc 2,1-20), descubrimos en primer lugar que, en la historia de los hombres, Dios lleva los hilos y sabe aprovechar todo momento para convertirlo en kairós, tiempo de salvación. En tiempo de César Augusto, considerado en su tiempo como salvador pacífico del Imperio, Dios irrumpe en la historia presentándose como una alternativa realmente provocadora, un desafío a la propaganda imperial. El verdadero salvador, aquel que trae la verdadera «paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 12,14), es un niño nacido en condiciones penosas en un rincón perdido de una provincia del Imperio. Este niño rompe todos los esquemas esperados, cumple y supera las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento. Dios presenta siempre modos desconcertantes y nos recuerda que no son los grandes de la tierra los que nos salvan, por muchas promesas que hagan o mucho poder que ostenten. Dios sigue ofertándonos la salvación de un modo escondido a los ojos del mundo, a través de acontecimientos sencillos y cotidianos, sin ruido ni publicidad. Son necesarios ojos de fe para saber ver más allá de lo que aparentemente se nos presenta, para descubrir y disfrutar esa presencia salvadora de Dios en nuestra vida.  

Corazón para acoger cálidamente al Salvador  

El nacimiento de Jesús, que podría haberse contado de un modo espectacular, se relata con extrema sobriedad a partir de tres acciones referidas a María: «Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre» (Lc 2,7). Dos de estas acciones, envolver al niño en pañales y recostarlo en un pesebre, pueden parecer a simple vista intrascendentes, pero su alcance es grande para quien sabe ir más allá de la letra del texto. El mismo Lucas parece darle una gran importancia a estas dos acciones porque vuelve a hablar de ellas hasta tres veces más a lo largo del relato (Lc 2,7.12.16). El hecho de ser envuelto en pañales indica que el niño ha sido cariñosamente acogido por sus padres que se presentan como verdaderos modelos para nosotros. En Ez 16,4 se decía alegóricamente de Israel que nació desamparada y abandonada: «El día en que naciste, no te cortaron el cordón, no te lavaron con agua para purificarte, ni te friccionaron con sal, ni te envolvieron en pañales». No ocurre así con Jesús. El Mesías, a pesar de las condiciones en las que nace, es acogido y cuidado como se merece por parte sus padres. Es un detalle «cálido» en medio de la situación límite en la que tienen lugar los hechos, porque «no había sitio para ellos en la posada» (Lc 2,7). Este hecho será presentado por Juan más solemnemente en su prólogo: «Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11). Dios busca un corazón acogedor que lo reciba con gozo en su casa (cf. Lc 19,6), como hicieron María y José aquella noche santa.  

Pobre para los pobres  

Con la insistencia en el pesebre, lugar donde los animales se alojan y son alimentados, Lucas subraya las condiciones de pobreza extrema en la que se produce el acontecimiento del nacimiento del Salvador. Sin duda, se trata de «una señal» nada convencional para los pastores (cf. Lc 2,12). En la noche santa de Navidad las expectativas humanas chocan con los criterios de Dios. Muchos de las profecías apuntaban a un Mesías glorioso que vendría a reinar, y Dios sin embargo muestra su gloria a través de la debilidad, la sencillez, la pobreza. ¡Nada nuevo para el que está familiarizado con los gustos del Dios en el Antiguo Testamento! El que fue profetizado como «Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre de eternidad, Príncipe de la paz» (Is 9,5), aparece como un niño pequeño, indefenso, débil, acostado en un pesebre. La pobreza, la debilidad, la humildad, la impotencia son cosas que el mundo ha rechazado y rechazará siempre y que, sin embargo, ha hecho propias el Hijo de Dios. A este hecho se une la elección de los primeros destinatarios de la buena noticia del nacimiento: los pastores. Dios no ha escogido a los fuertes ni a los sabios, ni a los poderosos de este mundo, sino a los débiles, los necios, los últimos representados por los pastores. Los destinatarios de la mayor noticia de la historia son las personas más sencillas. Es un indicativo de las preferencias de Dios manifestadas a lo largo de toda la Escritura: los que no cuentan, los que no son, los que no tienen, los últimos son los primeros en recibir el favor de Dios. Son precisamente los que están en las periferias, necesitados de un modo especial de la misericordia de Dios, los que reciben con gozo al Salvador. Los pastores representan a los pobres de Israel, los predilectos del amor de Dios y son los primeros en escuchar las palabras de salvación, el mensaje del evangelio: «Hoy os ha nacido [ha nacido para vosotros] un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2,11). Las profecías comienzan a cumplirse: el Reino de Dios ha llegado porque «a los pobres se les anuncia la buena noticia» (Lc 4,18; cf. Mt 11,5) tal y como había indicado Isaías (cf. Is 61). Con todo, el mensaje es «para todo el pueblo» (Lc 1,10) y los pastores se convierten en testigos y en los primeros evangelizadores. Dios no sólo escoge la pobreza, sino que hace a los pobres los destinatarios privilegiados de su mensaje salvador. Sólo un corazón que se siente pobre y necesitado, que busca a Dios e invoca su venida es capaz de reconocerlo y acogerlo. En un mundo satisfecho donde Dios es prescindible, se hace necesario cada vez más sentirnos ante Él pobres y débiles, alejándonos de la ostentación y lujos, para poder recibir la buena noticia del nacimiento de Jesús y transmitirla a nuestro alrededor.  

«Vayamos hasta Belén y veamos lo que ha sucedido» (Lc 2,15). No nos distraigamos en el camino con luces y ruido, no nos quedemos dormidos ni busquemos a Dios lejos de sus lugares preferidos, no dejemos de seguir su señal (cf. Lc 2,12). Sólo dejando que Cristo nazca de nuevo en nuestra vida podremos llenarnos de la verdadera alegría (cf. Lc 2,10), como les ocurrió a los pastores, y podremos glorificar y alabar a Dios por lo visto y oído comunicándolo a nuestro alrededor (cf. Lc 2,20).(Diócesis de Córdoba. Pedro Cabello) 

El Rvdo. P. Pedro Cabello Morales nació en Puente Genil en 1976, es sacerdote y profesor de Sagrada Escritura.